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En el invierno de 1862, durante la Guerra Civil, el ejército de los EE. UU. envía una compañía de voluntarios para patrullar el territorio inexplorado del Oeste. Minervini hizo construir un decorado en Montana y luego dejó que los actores vivieran en él durante dos meses. El diálogo y los pensamientos expresados son los que vivieron los actores viviendo en el desierto, imaginándose a sí mismos como soldados de la Guerra Civil. Maldita sea: en el invierno de 1862, una unidad voluntaria de soldados de la Unión es enviada a defender el terreno montañoso, no se nos dice dónde están, ni siquiera se nos dicen los nombres de los soldados. Después de que las tropas regulares se van, son sometidas por un patriarca parecido a John Brown con una barba suelta, y sus hijos adolescentes también han llegado para la batalla. Las tropas son un grupo mixto, algunos de mediana edad, incluso viejos, la mayoría de unos treinta años. Todos carecen de experiencia militar, comparten conocimientos y transfieren habilidades. Somos testigos de centinelas móviles, disparos al azar contra jinetes distantes. Un búfalo es asesinado y descuartizado. El paisaje desolador, las colinas onduladas, los prados de montaña, la nieve a la deriva, las raciones de frío cada vez más escasas… todo contribuye a una sensación de desesperación existencial. La batalla se desarrolla, no vemos al enemigo, pero sí a las bajas de la unidad. La guerra es un infierno, sobre todo cuando ya no sabes por qué estás allí. Una película muy al estilo de Ken Loach, sin diálogos cotidianos establecidos y con mucha gente corriente comportándose como aficionados, como soldados. Esta improvisación da lugar a debates filosóficos, religiosos y políticos en torno a las hogueras. Algunas de estas improvisaciones son desagradables, pero distraen de esta dura representación de los hombres en la guerra. Escrita y dirigida por Roberto Minervini, 8/10.
